LAS AVENTURAS DEL MUSÉE MER MARINE DE BORDEAUX

"Burdeos, un puerto que nunca ha visto el mar". Con esta frase, el periodista y escritor François Mauriac subrayó la singularidad de una ciudad que ha construido su historia, modelado su paisaje y edificado su admirable patrimonio sobre y en torno a sus vínculos indefectibles con el mar. 2007 consagró el esplendor de esta fantástica ciudad francesa al inscribir el Puerto de la Luna, su puerto (considerado durante una época el segundo puerto del mundo después de Londres) en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO. ¿Cómo no imaginar, pues, que en el corazón del barrio marítimo de Burdeos, junto a los muelles, podría construirse un lugar que continuase esta historia y prolongara todas aquellas que hablan de las aventuras en el mar? Así surgió la idea del Musée Mer Marine (MMM) de Burdeos: en la parte dedicada al mar, el museo expone sus colecciones, recorriendo la historia de la navegación desde la prehistoria hasta nuestros días, describiéndola en cada etapa junto al ingenio del hombre y el desarrollo de sus técnicas, ciencias y artes. En la sección dedicada al mar, el museo evoca el universo infinito de océanos, objeto de las conquistas de la humanidad: aventureros, guerreros, pescadores, deportistas, científicos en busca de nuestros orígenes o investigando un futuro para nuestro planeta. Por último, el mar siempre ha sido una fuente inagotable de inspiración para los artistas, por lo que el museo dedica también un amplio espacio de exposición al arte. 


Maquetas en el Musée Mer Marine. Bordeaux. Copyright foto: Teresa Morales

Con varios miles de objetos marinos (maquetas y barcos de tamaño natural, instrumentos de navegación, mapas y atlas) así como obras de arte, la colección del Musée Mer Marine abarca varios milenios de la historia de la navegación. Con el apoyo de historiadores, oceanógrafos y artistas contemporáneos, este patrimonio se ha puesto al servicio de una narración original que sitúa las aventuras humanas del mar dentro de la inmensa evolución de los océanos, desde los tiempos geológicos hasta las preocupaciones medioambientales del siglo XXI. La escenografía de la exposición reúne también objetos marinos y obras de arte del periodo correspondiente, situando estas grandes epopeyas marítimas en su contexto visual, estético y técnico. Es a través del mar como las diferentes culturas del mundo y sus respectivos productos se han encontrado, mezclado y enriquecido mutuamente. El Musée Mer Marine muestra esta riqueza formal y espiritual, que llegó a Francia en barco ya en la Antigüedad.

Hasta aquí, una breve introducción amablemente proporcionada por el gabinete de comunicación del MMM. A partir de aquí, sensaciones y emociones personales al recorrer esa magnífica sala principal del museo. No es necesario ser una amante del mar, ni una apasionada de la incertidumbre terrorífica y fascinante del oleaje de los océanos. Basta, eso sí, con tener una mínima inquietud por descubrir los porqués de la historia, las razones que provocaban esto o aquello, y los personajes que con su carisma, valor, empeño y tesón, convertían el elemento agua en una continuación admirable de la "firmeza" de la tierra. Basta solo eso para disfrutar a tope de lo que exhibe este fantástico museo. A partir de aquí, como digo, el recorrido por el MMM permite adentrarse, por ejemplo, en la trepidante vida del marqués de La Fayette durante el siglo XVIII y casi atisbarle sobre su preciosa fragata Hermoine con la que cruzó el Atlántico para apoyar a los estadounidenses que luchaban por su independencia contra los ingleses; el hilo argumental del museo, siguiendo las corrientes de los siglos, presenta también la figura de algunas mujeres a las que, hoy, cualquiera debería honrar, como a Jeanne Baret, botánica y exploradora francesa. Es conocida por ser la primera mujer que dio la vuelta al mundo con la expedición de Bougainville en los barcos Boudeuse y Étoile, desde 1766 a 1769. Jeanne se unió a la expedición disfrazada de hombre, haciéndose llamar Jean (Juan, y no Juana) en lo que sería la primera circunnavegación francesa del mundo durante la cual se realizó un catálogo de especies de todo el planeta. A través de estas increíbles andanzas, el museo recoge a su vez otros nombres que activan la imaginación, como los de Anne Bonny y Mary Read. Ambas acabaron siendo las primeras y más famosas piratas durante el siglo XVIII, surcando los mares y atemorizando al enemigo como miembros de la tripulación capitaneada por Jack Rackham. La primera era irlandesa; la segunda, británica. El caso es que por aquellas idas y venidas de la vida (de sus vidas, mejor dicho), acabaron encontrándose en 1719 para, juntas, seguir asaltando todo tipo de naves bajo la bandera de una calavera y las órdenes de "Calico" Jack. En 1720, su balandra fue abordada por el corsario Jonathan Barnet. Los hombres y mujeres del capitan Jack fueron arrestados y llevados a juicio bajo el delito de piratería. La suerte para unos y otros fue bien diferente. A los piratas les ahorcaron; ellas dos alegaron que estaban embarazadas (hecho constatado) y consiguieron un indulto que les libró de la horca, pero no de ir a prisión. Allí estuvieron hasta que un año más tarde Mary falleció por problemas de salud. Anne, sin embargo, acabó saliendo de la cárcel bajo, dicen, influencias de su padre, y regresó a la ciudad de Charles Towne (Charleston) donde acabó sus días llevando una vida tranquila que poco tenía que ver con sus aventuras como pirata en alta mar.


Musée Mer Marine. Bordeaux. Copyright foto: Teresa Morales

Este increíble y muy recomendado Musée Mer Marine de Bordeaux expone decenas de maquetas de buques, barcos, fragatas, veleros, submarinos, galeones, carabelas, transatlánticos y demás embarcaciones inventadas por el hombre a lo largo de la historia. De todas las que vi hago una especial mención a Le Protecteur, quizás porque las líneas de aquel barco me parecieron preciosas. Un navío de 74 cañones, botado en Toulon en 1760. El barco formó parte de la flota francesa en la batalla naval frente a Granada el 6 de julio de 1779. Podía albergar a más de 400 hombres. En 1784, el navío se dio de baja para su uso habitual, fue desmantelado y convertido en hospital en la localidad francesa de Rochefort. 

Resulta curioso que para ser una ciudad que nunca ha visto el mar, Bordeaux acoge desde hace cientos de años uno de los puertos más emblemáticos y relevantes de la historia, y a día de hoy, también un museo deslumbrante a través del cual el viajero puede navegar por los entresijos marítimos de los siglos.

EL ENCANTO DE SAINT MICHEL EN BORDEAUX

Hoy he regresado a la terraza de Le Passage, a los pies del campanario de Saint Michel, ese mismo lugar donde la segunda noche del viaje encontré refugio. Mismo local, aunque diferente mesa. Esta vez, cerca del ventanal. Las antiguas memorias bohemias de este establecimiento, a caballo entre una brasserie y un bistrot, siguen perpetuándose entre la baldosas que decoran el suelo y las cristaleras del comedor, y es esa esencia auténtica, muy, muy personal, la que consigue convertirse en un estupendo bálsamo para el viajero que necesita  descansar del ajetreo y el cansancio del día. Esta noche, algo más sosegada, sin las ansias por devorar la ciudad, reposo los ánimos y los pensamientos, casi bendecida por esta enorme basílica que presume de ser la de mayor culto católico en todo Burdeos.

Barrio de Saint Michel. Bordeaux. Copyright foto: Teresa Morales

Me gusta este barrio. No sé si es por el bullicio árabe de las mañanas, por el espíritu indie de las calles adyacentes que desembocan en la zona de Sainte Croix, por la mezcla suburbial que reina alrededor del mercado de los Capuchinos, por las tiendas eclécticas de los marroquís y argelinos, por las fachadas art déco de las cafeterías de la place Meynard o quizás por algunos detalles inspiradores como la fachada del Lola's bar, que proyecta las arquivoltas góticas de la iglesia sobre la superficie del espejo que alguien tuvo a bien colocar en la pared exterior de este apasionado (al menos en el nombre) cocktail bar.

No sé exactamente qué es, pero Saint Michel tiene el encanto de los barrios vividos, con aroma a añejo y clase trabajadora. En otros siglos, esta parte de la ciudad era el reducto de varios conventos, viñas y artesanos, especialmente carpinteros y toneleros. Años antes, incluso, fue puerto dedicado al trigo, la sal y el pescado, y ¡cómo no!, al vino. Lugar también de monjes y monjas, y hasta de fábricas de azulejos. Lugar de trasiego, de oficio, de acción y devoción, de todo lo mejor de la esencia humana que tanto en el medievo como ahora respira cotidianamente entre lo mundano y lo celestial.

Saint Michel anima al visitante a desconectar de todo aquello que no sea rélax y placer. Perderse entre la maraña de guiños culturales alternativos; imaginar vete tú a saber qué entre los vahos y los cuerpos húmedos que flotan en las piscinas de Le Grand Hammam, o reconocer otras historias y realidades de tiempo atrás a través de los objetos antiguos del mercado de pulgas de los domingos. Si alguien busca un paraíso entre la belleza de lo no perfecto y el encanto de lo no formal, Saint Michel es, sin duda, un rincón en el que reencontrarse, pensar, escribir, charlar o simplemente descansar, ya sea al abrigo de un café francés o de un vin rouge de Bordeaux. 

UNA SAPERAVI DE GIORGIA EN BORDEAUX

 


Exposición Tintin. Bassins de Lumières. Bordeaux. 
Copyright foto: Teresa Morales
 Solo cuando abandoné la ciudad supe el significado de su nombre. Era algo tan obvio que seguramente por eso, y por mi falta de francés, por supuesto, no reparé en ello. Al borde de las aguas. Me pareció poético y confirmó mucho de lo que había sentido y percibido durante los cinco días de estancia. 

Bordeaux es una ciudad levantada, crecida, animada y reinventada en torno al río Garona. El gran negocio del vino ha tenido siempre su expansión no sólo por la calidad de la tierra, la temperatura y la humedad del ambiente de la zona, sino fundamentalmente por las corrientes caudalosas de este río que acaba fundiéndose con el Dordoña para después, en menos de 100 km, desembocar a las puertas del Atlántico, y por lo tanto, del resto del mundo. A lo largo de la historia, esta posición estratégica en el mapa ha hecho de Burdeos un destino/objetivo para muchos, sobre todo, para aquellos que en épocas de conflictos, guerras y conquistas, pretendían dominar Europa y el Mediterráneo a través de esta gran arteria fluvial.

Aquí, en la parte urbana del Garona y a escasos metros de  La Cité du Vin (el nuevo referente museístico sensorial), el ejército alemán de Hitler construyó unas enormes bases para sus submarinos cuando tenían la ciudad ocupada. Sombrío vestigio de la II Guerra Mundial.  Desde hace solo tres años, este lugar, rebautizado como Bassins de Lumières, es hoy el centro de arte digital más grande del mundo. Impresiona al entrar, su infinita oscuridad; la humedad que rodea las naves; lo tenebroso de su historia; el agua del Garona que llena los estanques por los que el visitante ha de deambular a lo largo de la exposición; los sonidos que no están y que la imaginación rememora de botas, uniformes, herramientas, gritos y desconsuelos de los trabajadores extranjeros sometidos; y esa enorme altura de más de 20 metros de hormigón que empequeñece la presencia y amplifica la experiencia. Pero aquellas piscinas donde antes se custodiaban submarinos para sembrar el terror son hoy las pantallas en las que se refleja, de una manera espectacular e inmersiva, el arte de los artistas más icónicos de la historia. Desde su inauguración en 2020 hasta ahora, en aquellas paredes y sobre el agua se han visto las obras de Sorolla, de Dalí, las de Gaudí, las de Klimt y ahora, también, las aventuras de Tintín.

Pensarás que puede ser naif dedicarle un par de horas al intrépido periodista belga, pero te aseguro que una y otra vez, durante el tiempo que dura la proyección, las imágenes, personajes, detalles y misterios del comic de Hergé seducen y alegran el espíritu, aportando una nota simpática, colorida y de humor al escenario, y mostrándose en el interior de aquella estructura tenebrosa a la manera de las pequeñas piezas de un caleidoscopio: alternativa e hipnóticamente.

Así que sí, incluso hoy, el arte, en Burdeos, no solo está al borde de las aguas, sino sobre ellas. Extendiéndose sobre ellas como lo haría sobre los lienzos y las tablas. 

CARTAS A FREUD

Redes de pescadores. Armintza. Copyright foto: Teresa Morales.
Me toca trastear en los entresijos del ordenador para poner un poco de orden, lo que significa, básicamente, que debo tirar a la papelera ciento y un documentos antiguos (seguramente serán más). Y en esas, que me encuentro con algunos pequeños relatos que allá, por el año 2010, solía escribir a modo de otro blog. Como este me ha hecho cierta gracia, al recordar algunos capítulos de mi vida, lo recupero y lo republico. Bueno, y sobre todo porque, como hacen los grandes cantantes, a veces hay que tirar de archivo para recuperar la inspiración.
"Querido Freud, dos puntos; hoy me han comunicado que en Alemania se emite un vídeo en el que aparezco. Me ha entrado tanta risa al verlo que se me han pasado los "come-come" y hasta he vuelto a creer en el espíritu burlón con el que tanto me he reído en mi vida. De hecho, la aparición en la tele ha resultado tan caricaturesca que hasta mis amistades más desanimadas en estos momentos se han alegrado la jornada con semejante espectáculo. En fin, que las carcajadas han sonado en toda la provincia y me han hecho olvidar el pequeño disgustillo de no haber conseguido una beca para realizar un proyecto. No importa, siempre me quedarán las cámaras y mi, a partir de ahora, querido público alemán para que me salga un trabajillo en un serial... o en el circo, que diría mi hermana. 

Y hoy, sin plan V (de Vietnam) sólo me queda retomar el plan A de... jajaja... o el plan B de... jajaja... Si es que, al final, todo cuadra, quiera o no, y si no me voy al lejano Oriente será porque, según me han dicho, me espera algo mejor. Veremos. 

Querido Sigismundo, lo mismo un día de estos dejo de escribirte tanta epístola para regresar a los cuentos. Puede que a mi hermana le cansen, pero a mí me reconforta inventarme historias, de hecho ya tengo el principio de una en la cabeza. Esta tarde, sin embargo, dejo que sea Silvio el que ponga la literatura. ¡Cómo me gusta esta canción, a pesar de lo triste que es!: Cuentan que cuando un silencio aparecía entre dos, era que pasaba un ángel que les robaba la voz, y hubo tal silencio el día que nos tocaba olvidar, que de tal suerte yo todavía no terminé de callar... Todo empezó en la sorpresa, en un encuentro casual, pero la noche es traviesa cuando se teje el azar, sin querer se hace una ofrenda que pacta con el dolor o pasa un ángel, se hace leyenda y se convierte en amor... 

Un millón de besos. T."

ESCUCHANDO TAKE IT ALL

 

La voz de la cantante Adele tiene la virtud de invitarme a escribir, desechando la pereza o la falta de creatividad que a veces se aposenta por la costumbre de estar siempre escribiendo. Y hoy reaparece su voz y, de pronto, empatizo con este blog que tantos y tan buenos momentos me ha dado. Y algo me dice... escribe. ¿Pero sobre qué? 

En una de sus maravillosas charlas/enseñanzas, lama Tsondru, maestra particular por adopción, nos indicaba a sus estudiantes: "Reflexionad acerca de lo corta que es la vida". Un ejercicio para adiestrarnos poco a poco en la capacidad de discernir lo relativo, aquello que parece ser; de lo absoluto, aquello que es. La vida, corta en su absoluta acepción; y breve, en su relativa solidez. Corta, cortísima, en un año donde la muerte se ha hecho más tangible que nunca con cifras solo imaginables para periodos de guerra o de dramas casi de ficción. Y aún así, seguimos "luchando" por volver a esa normalidad que conocíamos y que habíamos aceptado como nuestra agradable zona de comfort. Como nuestro salón, a esa hora en la que el sol se diluye entre los ecos de unas montañas bambalinas que hacen de telón entre el aquí y lo de allá. 

El caso es que ni siquiera la brevedad de la existencia, ahora en titulares a diario, parece tener suficiente fuerza como para hacernos recapacitar acerca del vivir. Y de cómo vivir. Y nos empeñamos en seguir en nuestra relativa existencia creyéndonos y creyéndola inmortal. "Somos una corriente de instantes de conciencia", si tan solo fuéramos capaces de procesar eso, y despojarnos por fin de otras ideas propias con las que hemos construido nuestro férreo yo, ¡qué no tan mal sería el aceptar la incertidumbre, los cambios, el destino, la novedad!  Y sin embargo, cuando llega el fin… ¡ay cuando llega! La rabia y la desolación, embadurnados ambos de un sentimiento profundo de abandono y desarraigo, quizás también de temor, clama igual que Adele en su despechado Take It All: "Didn't I give it all?; Tried my best; Gave you everyhting I had, everything and no less. Didn't I do it right? Did I let you down?". 

La vida, corta, siempre, en su absoluta experiencia y acepción. 

Copyright foto: Teresa Morales


REGRESO, POR UNA ENCINA

 

 Castro de la Mesa de Miranda. Ávila. Copyright foto: Teresa Morales

En la pequeña ruta que hemos hecho había encinas preciosas, de formas caprichosas y casi imposibles. Una, en particular, parecía sobresalir entre todas ellas. 
Era como si durante todo el tiempo de su existencia hubiera ido esquivando dolores y sufrimiento, retorciendo el tronco, no al antojo del viento, sino a las necesidades de supervivencia, motivadas éstas por un amor profundo al hecho de estar viva, vivir y permanecer en su lugar de origen, así como se la ve… casi gloriosa.

REFLEXIONES DE UNA PANDEMIA

Los incendios del otoño pasado en Australia acabaron con la vida de 480 millones de animales. Millones, no miles, sino millones. Son estimaciones del profesor Christopher Dickman de la Universidad de Sydney, realizadas a partir de varios estudios precedentes sobre la densidad de fauna en el país. 
Hace años, National Geographic denunciaba en un artículo la situación a la que muchas especies tenían que enfrentarse. La revista contaba cómo las muertes masivas de animales  eran fenómenos cada vez más recurrentes, llegando a ocasionar 1 billón de muertes. No un millón, sino un billón. 
Hoy, 22 de abril de 2020, el mapa en tiempo real de la Universidad Johns Hopkins estima que la cifra de personas fallecidas por o con el COVID-19 es de 177.602 (a la hora en la que escribo estas líneas). Casi, casi, podrían caber en el estadio Reungrado Primero de Mayo de Pyongyang (Corea del Norte) con capacidad para 150.000 asistentes. Visto así, ¿a qué no parece una cifra tan alarmante?
Esta introducción, que para muchos pudiera ser desproporcionada y sin sentido, es, sin embargo, muy gráfica para hacer una pequeña reflexión sobre cómo los humanos entendemos la muerte, la propia y la ajena.  
Para empezar, creemos que los peces, canguros, pájaros, ratas, insectos varios y cualquier otro ser vivo que no tenga el apellido "humano" detrás, es algo absolutamente diferente a nosotros dentro del Planeta Tierra. Algo que, si bien no merece morir, no parece importar mucho que desaparezca, despreciando así el valor de su vida. Pero ¡ay amigos! que no nos toque nadie nuestra existencia, ni siquiera un virus. 
Permanecemos aquí, en este sistema, sintiéndonos (convencidos de ello, ¡he ahí el verdadero drama!) que somos algo aparte de la Naturaleza. 
No se nos ocurre pensar que somos solo una partícula de todo el engranaje natural. 
No acabamos de entender que solo somos una especie más, y caemos en la trampa de construir (y defender con uñas y dientes) la identidad férrea de que somos  dueños y propietarios de aquello que nos rodea. 
Y claro, cuando la enfermedad se instala en nuestras sociedades de una forma "natural" y pandémica, no controlada por nuestra capacidad racional (falsamente percibida como omnipotente) también se instala el caos, el miedo, la resistencia, el horror, el drama y el pánico a desaparecer. Porque no permitimos que nada altere esa "grandiosidad" que hemos erigido desde inmemorable tiempo atrás.

Los maestros espirituales de todas las disciplinas y religiones saben que este es un buen momento para que la humanidad despierte. 
Podríamos empezar por vernos, con nitidez y sin dudas, como una especie más de entre las miles que habitan la Tierra; susceptible también, por otra parte,  de ser objeto de muertes masivas y extinciones  no provocadas por el hombre, si resulta que la Madre Tierra considera así una nueva manera de contribuir al equilibrio del ecosistema.
Podríamos continuar aceptando que no somos onmipotentes. Que no somos el Todo, sino parte de un Todo. 
Que la muerte no es un drama. Pero sí lo es el modo en el que lo hacemos o la manera en la que nuestros propios congéneres nos obligan a hacerlo  (genocidios, asesinatos, malostratos, guerras, aislamientos, violaciones…) 
Podríamos repetirnos a cada  milisegundo que la vida es impermanencia, y que en el tiempo que podamos permanecer vivos, como seres y como comunidad, deberíamos poner nuestra inteligencia al servicio del bienestar global.
Nuestra inteligencia (¡oh, esa gran herramienta con tanto potencial que sí nos diferencia del resto de los animales!) al servicio de mejorar la armonía de los bosques; la salud de los mares, ríos y océanos; el habitat de los animales (sean del tamaño que estos sean); la apariencia y los recursos de las montañas; y la calidad de vida de cualquier otro ser, aunque no tenga el apellido "humano".
Tal vez estos meses de COVID-19 y este año 2020 sea el momento para despertar a nivel individual, social, nacional e internacional. Precisamente porque nuestra mente está preparada para hacerlo es tiempo de apostar por ello.
Copyright foto: Teresa Morales

JORNADA DE VENTANAS ABIERTAS…


…para que entren nuevos aires que refresquen y purifiquen la atmósfera. 
Porque siempre es necesario revitalizar los ánimos, los proyectos, los objetivos y el presente. 
Zurich. Copyright foto: Teresa Morales

PASARON LOS DÍAS…

… y pasaron los meses y hasta los años. Hasta verme aquí. Tanto tiempo después… sin haber escrito ni una sola palabra nueva con la que pudiera transportar al mundo hacia destinos amables y serenos. Y de pronto... Hoy. No sé muy bien por qué. Sin foto, eso sí. Porque quizás, los arranques han de ser rápidos antes que perfectos.
Si este espacio, al que puede acceder cualquiera desde cualquier rincón de este planeta Tierra, tuviera la capacidad de difundir verdades nobles y realidades absolutas, aprovecharía para cincelar sobre la pantalla (de forma virtual, por supuesto) el nombre de un gran poeta. Ángel Amézketa. Su nombre aún persigue mis amaneceres soñados, y acompaña ese pasado dulce que viví en Roma durante casi un año. Hoy, no sé muy bien por qué, repito, el poeta decidió instalarse en el dormitorio, sin susurrar, tan solo dejándose percibir para traerme, de nuevo, las notas seductoras de los paseos y vivencias en el corazón de la bella ciudad italiana en la que tuve la suerte de ser feliz.
Poeta... el regreso va por ti.

¿POR QUÉ NO PODEMOS DEJAR DE PENSAR?

Zurich. Copyright foto: Teresa Morales

En la vida de una periodista freelance puede ocurrir, y de hecho ocurre, que algunos temas interesantes, bien documentados y trabajados nunca lleguen a publicarse en el medio de comunicación para el cual fueron elaborados. Esto fue lo que ocurrió con este artículo acerca de los mecanismos del cerebro para estar constantemente en acción. Para que no se quede en el olvido, sirva ahora esta página/web personal como soporte para darlo a conocer a todas las personas que, por casualidad o causalidad, acaben encontrándolo en internet. Con enorme gratitud, por cierto, a Jenny Moix y a Facundo Manes. Dos maravillosos y brillantes profesionales que aportan tanta luz.

PERO… ¿QUÉ PASA CON NUESTRA MENTE?
Cuenta la psicóloga Jenny Moix en su libro Mi mente sin mí (Ed. Aguilar) que la mente es similar a un loro: “Parlotea porque no sabe estar callada, pero no sabe de lo que está hablando”. Parlotea y parlotea hasta niveles “cansinos” de los que usted no sabe cómo librarse y que, a buen seguro, en multitud de ocasiones le derivan a estados de estrés, ansiedad, preocupación, temores… Nada bueno, como ve.  De hecho, y por aquello de dar un dato revelador (aunque no demasiado halagüeño), la propia Moix, profesora de psicología en la Universidad Autónoma de Barcelona, afirma en su obra que “las investigaciones apuntan que a lo largo de una jornada, el mono [como también denomina a la mente saltarina que va de pensamiento en pensamiento como un primate de rama en rama] toma las riendas de aproximadamente el 50% del tiempo. O sea, que la mente está vagabundeando sin rumbo la mitad del tiempo que estamos despiertos”. Lo peor es que esos pensamientos incesantes nos llevan, sin quererlo, a terrenos pantanosos. Ya lo dice la frase atribuida a Buda: Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos.

El coste de ser Sapiens
Esta mente obsesiva es propia de los homos sapiens”, dice Jenny Moix. “Si nos fijamos en un gato, por ejemplo, lo veremos sentado durante horas tranquilamente, bien colocado en el aquí y en el ahora. Si nosotros nos sentáramos como él,  quizás haciendo un esfuerzo sobrehumano, podríamos mantenernos con su misma quietud solo por fuera, porque dentro de nuestra cabeza los pensamientos no pararían de deambular. La diferencia es que nosotros estamos más evolucionados que los gatos. Hemos enviado cohetes a la luna y ellos, de momento, no lo han hecho. El precio que tenemos que pagar por eso, por esa evolución, es esta mente inquieta”, confiesa la psicóloga con un tono de humor. Así que sí, como afirma la experta, nuestra mente ha acabado siendo un producto del progreso que nos ha sido útil para mucho. “Nos ha servido para aprender del pasado y planificar el futuro. Y dado que ese cerebro tan inteligente no puede mantenerse parado, nos ha permitido crear una civilización tan avanzada tecnológicamente, aunque tan loca emocionalmente”, puntualiza.

El plus de la evolución
El neurólogo y neurocientífico Facundo Manes junto con Mateo Niro, explica en el libro Usar el cerebro (Paidós Contextos) cómo nuestra masa gris evolucionó miles de años atrás desde estados más simples a otros más complejos. Motivada, en gran parte, por el hecho de que cada vez vivíamos en comunidades más amplias con organizaciones políticas y sociodemográficas cada vez más complejas, que nos obligó a tener funciones cognitivas más desarrolladas que las de un erizo o una liebre. Esta evolución, como explican los autores, proporcionó también una evolución física manifestada en un cráneo de mayor tamaño. Hasta llegar al hombre moderno en el que la corteza cerebral y sus conexiones ocupan el 80% del volumen cerebral. “Y esto no es casual: la corteza aloja las funciones más complejas de nuestro cerebro. Una parte de esta corteza experimentó el mayor crecimiento, la que está relacionada con la capacidad humana de desarrollar un plan y ejecutarlo, tener un pensamiento abstracto, llevar a cabo razonamientos lógicos, inductivos y deductivos, tomar decisiones, inferir los pensamientos y sentimientos de los demás, inhibir impulsos y para tantas otras funciones  que nos vuelven hábiles para vivir sociedad”, afirman los autores en la obra. Es decir, necesitábamos una auténtica máquina de pensar para poder sobrevivir y hacernos entender en este escenario político-social tan enrevesado.

Una mente poco pragmática 
El problema es que la mente, que está a cien por hora a cada instante, o a mil, depende de cada uno (las estimaciones publicadas por la Universidad Estatal de Michigan apuntan a unos 70.000 pensamientos por día), no piensa exclusivamente en términos de cosas prácticas o agradables. Según un estudio realizado por dicha institución, el 90% de los pensamientos que tenemos son repetidos, y el 90% de ellos son negativos. ¿Por qué no pensamos de forma más pragmática? A parecer porque creemos que todo es una cuestión de supervivencia. “La ‘mente del mono’ empieza con un pensamiento de pura trivialidad y lo acaba ligando a alguna cuestión de vida o muerte –comenta la psicóloga Moix–. Por ejemplo, estamos en un atasco y la mente del mono empieza a dar saltos: Llegaré tarde a la reuniónmi jefe se va a poner hecho una furiame va a despedirno tendré dinero para pagar la hipoteca¿bajo qué puente voy a vivir?, etc. Y si nuestro hijo viene con un suspenso, la perorata comienza con un va a suspender toda la evaluaciónva a repetir cursono podrá hacer una carrera,... hasta que lo vemos bajo el mismo puente que hemos visualizado en el atasco”, explica simpáticamente.

La cara de la cruz
En el fondo, lo que se puede decir a juzgar por las indicaciones de los expertos, es que este torbellino mental es un arma a nuestro favor para evitar peligros y estar a salvo en todo momento. “Los seres humanos contamos con un sistema de alerta para protegernos. Muchas veces, dicho sistema anticipa una amenaza que todavía no está presente. Revisar nuestro pasado y proyectar nuestro futuro es lo que hace que la ansiedad esté desarrollada en los seres humanos, pero también lo que a su vez nos permite enfrentar los variados peligros del ambiente. Podríamos decir que es un sistema de circuitos cerebrales para detectar el peligro. Podemos vislumbrar escenarios posibles en el futuro y recrear, a la vez, eventos del pasado que podrían haber ocurrido pero que no existieron realmente. Y esto ha sido central para nuestra supervivencia porque nos permite resolver un problema antes de que sea tarde y estar listos antes de que el peligro se haga presente.”, explica el neurocientífico Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro


El don de tener "coco" 
Pero, y he aquí la buena noticia, el hecho de ser seres pensantes nos aportó también un don que Manes define como el más importante y misterioso de los fenómenos naturales de la evolución: la conciencia humana. O lo que Jenny Moix califica como la metacognición. Un yo separado de la mente que hace de Pepito Grillo y nos identifica. “El yo es ese que observa, el foco, la metacognición, el que se da cuenta de que nos ponemos nerviosos  o que estamos pensando; y la mente es el mono o el loro, como queramos llamarle”, distingue Moix en Mi mente sin mí. ¿Y en qué nos beneficia? Pues en que cuando somos conscientes de que estamos rumiando tenemos la capacidad de parar y canalizar mejor los pensamientos de tal forma que sean positivos, productivos y exitosos. “Cuando meditamos, por ejemplo, cerramos los ojos e intentamos, aunque sea solo durante 5 minutos, estar atentos a la respiración, no podemos. Los pensamientos entran sin pedir permiso, sin embargo hay una parte de nosotros que se da cuenta y vuelve a la respiración. Esa parte que se da cuenta sería la conciencia, o el yo observador. Esa parte es la que debe ser cultivada. Porque nuestra felicidad depende de ese ‘darse cuenta”, comenta la psicóloga Moix. 

Mucha meditación y otros recursos
“No me gusta la expresión controlar la mente. Control suena a cuadriculado, a que nada se salga de la raya, a artificial. Pero digamos mejor que la mente se puede alimentar bien, se puede mimar, se puede perdonar, se puede enfocar... Eso sí que se puede”, dice Moix. ¿Cómo? Alejándola de estímulos externos desagradables e incesantes, descansando más horas, saliendo de paseo (por la naturaleza a ser posible), llevando una alimentación saludable, y proporcionándole un espacio de silencio“La meditación es una práctica que nos hace bien –apunta Facundo Manes–. Se ha observado que puede producir cambios también en nuestro sistema nervioso central. Por ejemplo, las áreas asociadas con emociones y funciones sociales son intensamente estimuladas con la meditación, mientras que las áreas del cerebro típicamente asociadas con el procesamiento de las emociones negativas disminuyen su actividad”, comenta. 

Parar para reconectar
Estas prácticas le ayudarían a usted y a cualquiera a domar al monito saltarín y conseguir una mente tranquila y clara que le permita, en palabras de Moix, “apreciar más la belleza que nos rodea, cazar buenas ideas que puedan surgir del inconsciente, y ser más creativo de lo que podríamos ser”. Porque, si bien como responde el neurocientífico Manes, ninguna idea importante surgió si antes no se destinó mucho tiempo previo a pensamientos profundos sobre un tema determinado, resulta que después de ese primer paso de currele mental es necesario relajarse. “Este es el momento de incubación. Cuando el cerebro está ‘desconectado’. Cuando estamos relajados y estamos ‘pensando en nada’, el cerebro continúa trabajando: procesa información intensamente. Podemos decir que justamente estos serían los mejores momentos para crear. En cambio, cuando estamos concentrados en encontrar una idea no estamos permitiendo que trabajen en forma intensa las áreas que hacen nuevas asociaciones en el cerebro”, explica el doctor Manes. 
Serenar la mente, pues, no es sinónimo de inactividad mental, porque el cerebro, sí o sí, siempre está a pleno rendimiento. Pero llegar a cierta paz interior con la que nuestro "mono saltarín" permanezca más sosegado siempre traerá algo muy positivo... incluso para los pensamientos ya existentes.